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¡Con puro instinto! Muchacha se enfrentó a ladrones en su casa en Juliaca

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El microbús frenó con ese sonido metálico de siempre, y ella bajó, como cualquier otro día. Pero algo no olía bien. No era solo el aire cargado de humo de los motores viejos, ni el polvo que levantaban las combis al pasar. Era algo más.

La puerta principal de su casa estaba abierta. No del todo, no como cuando el viento la empuja. Abierta con esa mezcla de descuido y urgencia que solo los ladrones dejan atrás. Las ventanas interiores también estaban abiertas, las cortinas moviéndose como si alguien hubiera pasado corriendo.

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—Están adentro— pensó, sin saber cómo lo sabía. No gritó. No corrió. Con manos que apenas temblaban, cerró la puerta de golpe y le pasó la chapa. El clic del seguro sonó como un disparo en el silencio.

Fue entonces cuando los vio.  De una camioneta negra, estacionada unos metros más allá, bajaron hombres encapuchados. Uno, dos, tres… más. Llevaban algo en las manos. —Armas— entendió, un segundo antes de que el primero disparara al aire.

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—¡Pum!

El sonido la paralizó. Pero su cuerpo reaccionó antes que su mente: se agachó, corrió hacia el costado de la casa, se escondió entre las sombras. Desde ahí, vio cómo golpeaban la puerta que acababa de cerrar, cómo maldecían, cómo otro disparo rompió el vidrio de una ventana.

—¡Sáquenlo todo, rápido! —gritó alguien.

Los vecinos empezaron a asomarse. Uno, más valiente, sacó su celular y filmó la placa de la camioneta negra: A6E-834. Pero nadie salió a ayudarla. No todavía. No hasta que los delincuentes, cargando bolsas y cajas, subieron de nuevo al vehículo y huyeron, dejando atrás el olor a pólvora y el eco de los motores acelerando.

—¡Vecina, estás bien? —Eran los vecinos, por fin acercándose. Uno le dijo que llamó a la policía.

—Ya pasó —le dijo una vecina, abrazándola.

Pero no había pasado. No realmente. Porque cuando su madre llegó, corriendo y llorando, la encontró parada en la calle, temblando, mirando fijamente la puerta rota de su casa.

—Ya está, hija, ya está —le decía, acariciándole el pelo.

Pero ella sabía que no era cierto.

La policía llegó veinte minutos después. Preguntaron, anotaron, prometieron investigar.

—Revisaremos las cámaras —dijeron. Pero todos sabían cómo terminaba esto.

Mientras, en algún lugar de la ciudad, una camioneta negra con placa A6E-834 seguía rodando, en la alcaldía de la Municipalidad Provincial de San Román, nadie mencionó a Rambo.  Tampoco aparecieron los serenos de la comuna calcetera. Como dijo el alcalde Oscar Cáceres meses atrás:

«No puedo traer a Rambo para solucionar el problema».

La adolescente del microbús ya no vuelve sola a casa. Ahora la espera su madre y tres vecinas en la esquina, con celulares cargados con una valentía silenciosa — esa que no sale en los periódicos, pero que cada día vigilan sus casas y negocios como señal de que aquí siguen, resistiendo ante la incapacidad del alcalde Oscar Cáceres.

Así se defiende un pueblo cuando el Estado le falla…

Se puede ver la huida de los delincuentes aquí:

https://www.facebook.com/ElObjetivoPe/videos/996097515991421/

Se puede el testimonio de la muchacha aquí:

https://www.facebook.com/ElObjetivoPe/videos/1322727098818731/

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