En las frías alturas de Juliaca, donde por las tardes el sol andino brilla con indiferencia sobre los techos de calamina, se desarrolló un suceso que habría capturado la atención del mismísimo Sherlock Holmes. No fue el ingenio de un detective, sino el agudo instinto de una joven colegiala, lo que desenmascaró una banda de delincuentes atrincherados en el último lugar donde la sociedad esperaría encontrarlos: las filas de la propia policía.
Todo comenzó en la salida a Lampa, en una vivienda humilde cuya puerta, entreabierta en un horario inusual, llamó la atención de la muchacha al regresar de sus estudios. «Bajé del microbús y algo me dijo que mirara bien», relató después con esa clarividencia que solo el peligro agudiza. Las cortinas se movían de manera extraña, como si manos nerviosas las hubieran agitado en su afán por no ser vistas. Sin vacilar, la joven actuó con una frialdad admirable: cerró la puerta con llave, atrapando en el interior a quienes, minutos después, revelarían su verdadera naturaleza.
– Publicidad –
Desde la calle, una camioneta negra frenó en seco. Hombres encapuchados descendieron, disparando al aire en un intento de amedrentar a cualquiera que osara interferir. La muchacha, con el corazón latiéndole como un tambor de guerra, se ocultó tras un muro mientras las patadas resonaban contra la madera de la puerta, cada golpe un eco de desesperación por escapar.
Pero el destino, caprichoso como siempre, ya había tejido su red. Un vecino, armado únicamente con su teléfono móvil, registró la escena: la camioneta, los encapuchados, los disparos al aire. Esas imágenes, junto al valiente testimonio de la colegiala, llegaron a oídos de los jefes policiales de Puno, quienes no pudieron ignorar la gravedad del asunto.
– Publicidad –
La caída de los lobos con piel de cordero
Como en las novelas de Arthur Conan Doyle Siete hombres fueron detenidos, pero no se trataba de vulgares ladrones. Eran policías en actividad, supuestos guardianes de la ley que, según las investigaciones, habrían planeado un asalto a mano armada. El jefe de la región policial, Francisco Ninalaya Martínez, no dudó en actuar: «Nosotros no vamos a permitir que algunos efectivos policiales se encuentren implicados en hechos delictivos», declaró con severidad.
La Dirección de Investigación Criminal (Dirincri) de Juliaca corroboró las pruebas: el video del vecino, los testimonios, la puerta derribada a patadas. La justicia, aunque a veces lenta, comenzó a moverse. Los siete agentes fueron puestos bajo investigación, y de comprobarse su culpabilidad, enfrentarán no solo el peso de la ley, sino la expulsión ignominiosa de la institución que juraron servir.
Alguien grabó con su celular, y eso cambió todo
En los anales del crimen, pocas historias son tan reveladoras como esta. No fue la fuerza bruta ni la astucia de un investigador lo que derrotó a los delincuentes, sino la intuición de una joven y el valor de un vecino anónimo. Como diría el doctor Watson: «El mundo está lleno de cosas obvias que nadie observa». Pero aquel día en Juliaca, alguien sí lo hizo, y eso cambió todo.
– Publicidad –