Juliaca es una ciudad sitiada, no por invasores extranjeros ni por terroristas de antaño, sino por el crimen común, por la extorsión cotidiana, por los ladrones de esquina, por sicarios con uniforme, y por el abandono cómplice de quien prometió defenderla con honor: Óscar Cáceres Rodríguez.
El mismo hombre que en los años noventa fue la sombra silenciosa del más temido operador del régimen fujimorista, el siniestro Vladimiro Montesinos. El mismo que diseñaba los movimientos de seguridad de la figura más corrupta del Perú. El mismo que cruzó fronteras para organizar su retorno clandestino tras la caída del régimen. Hoy, ese hombre no puede frenar ni a los rateros de barrio.
Juliaca muere miedo, y Cáceres se va de viaje.
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UNA COLEGIALA, UN CELULAR Y EL FIN DE LA MÁSCARA POLICIAL
Todo empezó como cualquier tarde en la periferia juliaqueña, en la salida a Lampa. El sol apenas dibujaba sombras largas cuando una colegiala, con uniforme azul marino y mochila al hombro, descendió del microbús. Caminaba con la costumbre de quien ya ha aprendido a desconfiar de todo. Pero esa tarde, algo le pareció fuera de lugar.
La puerta de su casa, entornada. Las cortinas, agitadas como si ocultaran secretos. El silencio, denso. Fue entonces cuando el instinto le gritó más fuerte que el miedo. Con una frialdad impropia de su edad, la joven cerró la puerta con llave desde fuera. Selló la trampa sin saber que dentro no había ladrones comunes, sino lobos disfrazados de ovejas: policías en actividad, armados, organizados, listos para asaltar.
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Segundos después, una camioneta negra apareció como bestia de asfalto. Hombres encapuchados bajaron a gritos, disparando al aire. ¿Narcos? ¿Sicarios? ¿Terroristas? No. Policías. Pero eso aún no se sabía. La colegiala, agazapada tras un muro, temblaba. Desde una ventana, un vecino grabó la escena con su celular, sin saber que esa simple acción pondría a tambalear la legitimidad de toda una institución.
Las imágenes llegaron a las manos de los jefes policiales de Puno. La verdad era irrefutable. Los asaltantes eran agentes del orden.
DEL GRUPO ZEUS A LA DERROTA EN LAS CALLES
Óscar Cáceres no era un desconocido para el lenguaje de las armas ni el arte de la seguridad. Excomandante del Ejército, jefe del Grupo Zeus, unidad de inteligencia contra el terrorismo del SIN, estuvo entre los más cercanos diseñadores de los planes de protección de Vladimiro Montesinos.
En 2004, fue condenado por peculado, inhabilitado, señalado por usar fondos del Estado para comprar vehículos usados destinados al círculo de Montesinos. Años después, quiso lavarse la cara en política. En 2022 se puso el uniforme, esta vez de candidato. Prometió erradicar la delincuencia. Dijo que barrería con el caos, que acabaría con el comercio ambulatorio que devoraba las calles. Con voz marcial, prometió imponer orden. Casi tres años después, Juliaca está peor que nunca.
JULIACA EN MANOS DEL CRIMEN Y EL ALCALDE EN VACACIONES
Mientras los comerciantes son extorsionados y los mototaxistas asaltados en plena luz del día, mientras los padres de familia marchan con pitos y celulares como armas, formando rondas porque la Policía ya no da confianza, el alcalde se fue. Así de simple.
Del 16 al 27 de abril, Óscar Cáceres viajó a Lima y luego a Chile. Según fuentes del municipio, asistió al matrimonio de su hijo. ¿Motivo personal? ¿Vacación? ¿Desinterés? En la sesión de consejo pidió licencia por una semana, pero se ausentó doce días. En ese mismo lapso, los robos al paso aumentaron, un comerciante fue baleado por resistirse al pago de cupo, y una familia fue asaltada en su propia casa con un policía implicado entre los agresores.
¿DÓNDE ESTABA EL ALCALDE?
Las críticas no se hicieron esperar. Claudio García, dirigente del sector Chilla, fue tajante: “Abandonar su cargo en plena crisis podría ser causal de vacancia.” Y el pueblo parece estar de acuerdo.
CUANDO LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN
Las novelas de Conan Doyle se quedan cortas. Aquí no hay detective, no hay Scotland Yard. En Juliaca, la justicia la imparten los vecinos con teléfonos celulares. La Dirincri interviene, sí, pero siempre después. Las pruebas, los testimonios, los videos: todo proviene del pueblo, no de la autoridad.
Mientras tanto, Cáceres —el exsoldado de inteligencia— pide rotación de efectivos, exige sanciones para sus propios aliados armados, y hace declaraciones vacías en comunicados municipales que nadie lee.
Juliaca no necesita discursos. Necesita liderazgo. Necesita acción. Necesita que su alcalde deje de mirar hacia atrás —a su época de gloria con Montesinos— y se ensucie los zapatos caminando los barrios tomados por la delincuencia.
EPÍLOGO DE UNA GESTIÓN EN CAÍDA LIBRE
Juliaca está sola. Las cámaras de vigilancia no funcionan. Las patrullas brillan por su ausencia. La confianza en la Policía Nacional se ha desplomado como un puente mal construido. Los ladrones roban con tranquilidad. Las víctimas ya ni denuncian. Y en el sillón municipal, un exmilitar que prometió orden no ha podido siquiera mantener la autoridad en su propio municipio.
Óscar Cáceres llegó a la política vestido de héroe. Hoy es símbolo del fracaso.
Y Juliaca, cada noche, vuelve a preguntarse:
¿Quién nos va a defender ahora?
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